Víctima de una indefensión física y mental cuya profundidad sólo se sospecha, el presidente Chávez no tiene voluntad para rectificar su ingenua política entreguista frente a Guyana, tan ajustada al proyecto político fidelista cuanto perjudicial a los intereses venezolanos. Aprovechando el momento y conforme a la implacable escuela inglesa, Guyana aprovecha el aislamiento internacional y la debilidad militar de Venezuela para avanzar su mar territorial en medida que invade áreas petrolíferas venezolanas e impide una salida soberana de Venezuela al Atlántico por el río Orinoco.
Guyana es un país pequeño, pobre y dividido. Su división es la peor de las divisiones: la división racial –esa que, por cierto, Chávez quiere establecer entre los venezolanos. En Guyana, la mayoría negra sofoca y explota a los ciudadanos de origen indio (originarios de la India), paquistaní, europeo, venezolano y amerindio (indígenas de la misma estirpe que los nuestros de Guayana).
A pesar de esas limitaciones, Guyana tiene un liderazgo extraordinariamente capaz, formado en los mejores centros de educación de Inglaterra y protegido por la Corona Británica. No importa si una vez son comunistas y otros de la derecha, los finos estadistas guyaneses son siempre británicos y trabajan para la grandeza de esa mancomunidad. Detrás de cada acto que en política exterior ejecuta ese país de apariencia tan modesta, está el formidable poderío de Gran Bretaña, de cuyo aparato colonial Guyana es una pequeña pero importante pieza.
A través de esa pequeña pieza, Inglaterra ha ido cumpliendo en un punto decisivo del planeta, las bocas del Orinoco, una clave de su inteligente y tenaz diseño geo-político. En este diseño y desde hace siglos, es vital su control de los pasos de agua. Por el control de la salida del Mediterráneo al Atlántico fue Trafalgar. Por Suez hay un estado de guerra permanente. Por el paso del Atlántico al Índico fue la Guerra Anglo-Boer. Por el estrecho de Magallanes fue la Guerra de Las Malvinas. Por el control de la desembocadura del Orinoco acaba de mover su ficha guyanesa en la ampliación de sus aguas territoriales frente al Delta del Orinoco.
No se puede, entonces, menospreciar el peso de Guyana en ningún aspecto, mucho menos en el diplomático y militar. Sobre todo porque, junto con el respaldo imperial británico, Guyana goza del respaldo cubano, el cual, si lo miramos a la luz de sus relaciones con Venezuela, también es de naturaleza expansiva y explotadora; es decir, colonialista. Cuba incluye a Guyana en sus planes de expansión por el Caribe, de los cuales tuvimos una muestra en la isla de Grenada.
Guyana ya ha tenido gobiernos que han sabido conjugar su naturaleza pro-fidelista con su lealtad a la corona británica. Cuando aquella naturaleza empieza a ser más fuerte que aquesta lealtad, Londres sabe que debe intervenir. No lo hace directamente, sino que le pide una mano a su gran aliado estratégico, los Estados Unidos.
Eso ocurrió en Grenada y mucho antes, en 1968, ocurrió en Venezuela. El gobierno de Raúl Leoni (1964-1969) puso en marcha la reclamación venezolana sobre la región esequiva(*) usurpada por Guyana, gestión que el presidente Betancourt había reactivado en el período anterior. En 1967 la Guardia Nacional venezolana ocupó la isla fluvial de Anacoco, que estaba en disputa. Como dije por ahí en una crónica, me tocó hacer el trabajo de inteligencia previo a esa operación, por lo cual se me impuso la Cruz de las Fuerzas Armadas de Cooperación en circunstancias particularmente honrosas. Luego estuve al lado del ministro del Interior, Reinaldo Leandro Mora, en el esfuerzo fallido por ocupar Rupununi, zona incluida dentro del área en reclamación. Leandro Mora obtuvo del presidente Leoni la autorización necesaria para atender la solicitud de anexión a Venezuela hecha por la población de Rupununi, formada en su mayoría por amerindios más algunos agricultores blancos.
La operación en la zona reclamada falló cuando los aviones enviados por Venezuela en auxilio de los secesionistas no pudieron aterrizar porque los misioneros obstruyeron la pista.
Leandro Mora solicitó permiso del presidente Leoni para utilizar métodos más enérgicos. Pero Acción Democrática acababa de perder las elecciones frente a Copei. Leoni, ya en la etapa informativa de un presidente que entrega, consideró que una escalada requería el visto bueno del Presidente Electo, Rafael Caldera. La solicitud de aprobación pasiva se hizo a través de Gonzalo García Bustillos, quien entonces aparecía como Canciller en el “gabinete sombra” de Caldera.
La respuesta nunca llegó y lo único que Leandro Mora pudo hacer fue rescatar y dar refugio a los jefes del movimiento anexionista (**). Semanas después, el periodista Clem Cohen, quien muchas veces sirvió de enlace informal pero eficaz entre Estados Unidos, su país de nacimiento, y Venezuela, su país de adopción, preparó un almuerzo del embajador estadounidense, señor Bernbaun, y el Jefe de Estación de la CIA en Venezuela, señor Flores, con Leandro Mora y mi persona. La reunión se produjo en la casa de Cohen, territorio neutral.
Los representantes de Estados Unidos no ocultaron su interés en saber cuánto enojo nos había dejado la frustrada reivindicación. Tampoco, dentro de la relativa informalidad conque hablamos –después de todo, ya no éramos gobierno-, disimularon su cooperación con el aliado británico en aquel incidente y a través de todo el diferendo. Quizás no fue bien proporcionado que defendiéramos nuestro intento analogándolo con lo que Estados Unidos hizo para anexionarse Texas. En todo caso, nos permitió decirles “Ustedes lo inventaron”. El respaldo de Estados Unidos de Norteamérica a Guyana en el diferendo con Venezuela se inscribe dentro de la sólida alianza entre Estados Unidos e Inglaterra, punto básico en la estrategia global de ambas naciones. Igual ocurriría años después en Las Malvinas.
Por otras razones –los planes hegemónicos de Fidel Castro en el Caribe-, Guyana tiene también el respaldo de Cuba. Todo eso está en la lógica de los intereses de cada uno. Lo monstruoso es que el sometimiento del actual régimen venezolano a los planes globales del fidelismo haya aconsejado al presidente Chávez sus declaraciones de aliento a la expansión anglo-guyanesa en los años inmediatamente anteriores, y ahora una política de indiferencia ante la operación guyanesa de extender su mar territorial acosando áreas petrolíferas venezolanas y obturando la salida soberana de Venezuela por el Orinoco hacia el Atlántico.
La enfermedad del presidente Chávez y su necesidad política de curarse en Cuba agrava la indefensión venezolana, pues le hace al presidente inaccesible a gestiones, que pudieran hacerse, para tratar por encima de la diferencia política esta amenaza a la soberanía física de la república. Con el canciller Maduro no se puede contar como remplazo para esta interlocución, pues son conocidas sus diligencias ante los hermanos Castro para que se le designe substituto transitorio o permanente en el caso de que el Presidente Constitucional se vea en la necesidad de abandonar el cargo. Otro substituto posible, el profesor Adán Chávez, está, más que cualquier otro, atado al interés cubano. No se ve quién puede batirse por Venezuela. Pareciera que Dios no concede mucho margen de maniobra a los pueblos que eligen presidentes inexpertos.
(*) (**) En aquella su primera presidencia, Caldera no puso tanta atención como Leoni a la reclamación sobre el Esequivo. Su Canciller - que resultó ser no García Bustillos sino Calvani-, concentrado en los intereses demócratacristianos en Centro América, desarrolló una estrategia apaciguadora que condujo a la firma del criticado Protocolo de Puerto España, el cual difirió peligrosamente la discusión con Georgetown. En una de mis conversaciones con Caldera durante su segundo mandato le pregunté por qué en 1968 desatendió la urgente consulta de Leoni sobre Rupununi. Se mostró honestamente sorprendido y me respondió que nunca se le elevó esa consulta. Gonzalo García Bustillos, portador de ese mensaje que según Caldera nunca le llegó, terminó su carrera pública como embajador ante el gobierno de Fidel Castro, régimen por el cual siempre mostró una desconcertante simpatía.
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