El sargento Harold Molina se perdió del pelotón y cuatro días después apareció muerto. La mamá advierte que este es un mensaje para los militares que luchan contra el contrabando en Táchira.
Cuando encontraron al sargento Harold Molina ya estaba en estado de descomposición. Había desaparecido el 6 de abril de este año en medio de un operativo que la Guardia Nacional ejecutó en una aldea rural del estado Táchira, cuatro días después lo encontraron en el mismo sitio pero muerto.
Se encontraba desnudo, con el uniforme y el arma de reglamento a un lado. Tenía varias heridas punzo penetrantes y signos de tortura en varias partes del cuerpo. "¿Qué soldado desaparece de un operativo de rutina sin que sus compañeros lo vean?". Eso ha preguntado la madre, Criselia Maracay, en los periódicos, canales de televisión y todos los medios que le han dado espacio desde el día en que su hijo apareció muerto cerca de la aldea Las Guabinas del municipio Cárdenas.
Salvo por órdenes superiores, ningún militar se separa de sus compañeros durante un operativo de rutina. En eso ha insistido su mamá y lo sigue reiterando hoy, tras confesar que -semanas antes de morir- su hijo había parado un cargamento de droga del que no hay noticias ni registros públicos.
"En el mes de marzo retuvo una cava blanca cargada de cocaína y la puso a la orden del Destacamento número 3 del Comando Regional Número 1 de la Guardia Nacional", asegura. "Pero lamentablemente no hubo detenidos ni nada, a la semana siguiente en respuesta únicamente recibió un cambio para la cárcel de Santa Ana del Táchira, que al final logró evitar".
El cartel
Ya en febrero, el sargento segundo Harold José Molina Maracay, de 39 años, había retenido una gandola llena de ajo, que iba de contrabando hacia Colombia. En marzo, pasó algo similar en el puesto que la GN tiene en Guarumito, solo que en lugar de hortalizas se trataba de un cargamento de droga. En abril lo mataron.
Algo venía preocupando al sargento a lo largo de los siete meses que estuvo asignado en la zona. De eso está segura su mamá; señala que Molina ya le había manifestado intenciones de pedir un traslado fuera del Comando Regional Número 1.
Varias veces conversaron -él desde Táchira y ella al otro lado del teléfono en Anzoátegui- sobre el contrabando que había por la frontera y sobre un cambio a la cárcel de Santa Ana, que en castigo, intentaron imponerle una semana después de reportar el cargamento de droga.
El contrabando de ajo quedó allí. "No fue remitido a ninguna parte", señala Maracay. "Se perdió, como dicen ellos". De la cocaína tampoco existen registros: "Ni siquiera hubo detenidos porque la cava en la que halló la droga era de una institución de seguridad del Estado".
Así le contó su hijo y lo repite ahora, a cinco meses del crimen, para advertir que lejos de las versiones que le han dado, está convencida de que el sargento fue víctima de una mafia que no escapa a la Fuerza Armada Nacional. "Yo presumo que a mi hijo lo mató el Cartel del Sol", dice. "Le tocó sus intereses".
La guerrilla
En la Fuerza Armada Nacional empiezan a decir que alguna columna de los grupos irregulares colombianos se llevó por delante al sargento Molina. Oficiales de la Dirección de Inteligencia Militar informaron a su mamá que ya remitieron un informe con esa tesis a la Guardia Nacional. "Yo les dije: "¿Pero qué informe hicieron si no hay detenidos, ni evidencia de nada?", cuenta, a lo que le respondieron: "No señora, a su hijo lo mató la guerrilla".
Aunque ningún organismo militar ha declarado públicamente sobre el caso, en la DIM le manifestaron que Molina debió tener la mala suerte de toparse con guerrilleros, justo en un momento en que estaba sin los otros oficiales que lo acompañaban.
Maracay, sin embargo, duda de ese desenlace. De los años en que trabajó en la Policía de Anzoátegui, aprendió que ningún funcionario se separa de su grupo durante un operativo. Agrega que no hay guerrilla que deje o devuelva muerto a un militar junto con su pistola y dos teléfonos celulares. "Si hubiese sido la guerrilla le quita el armamento, le quita el uniforme y no lo mata de esa manera", asegura. "Un guerrillero actúa y se va porque lo persiguen".
Los compañeros
Molina y otros dos oficiales adscritos al puesto de Guarumito habían salido el pasado 6 de abril a la aldea Las Guabinas, para atender una denuncia sobre tala de árboles en esa zona del municipio Cárdenas. Al final del operativo, regresaron los otros oficiales sin el sargento ni ningún detenido que hayan encontrado cortando troncos en flagrancia.
Lo buscaron entonces, al día siguiente y otro más todavía. Más de 200 efectivos del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas; el Grupo Antiextorsión y Secuestro y la Guardia Nacional participaron en el operativo. Hasta un helicóptero sobrevoló la zona pero no dieron con el sargento.
Al cuarto día finalmente apareció en la misma zona pero muerto. Estaba en estado de descomposición; tenía el cráneo fracturado, varios hematomas en el tronco, una herida punzo penetrante en la parte derecha de la cara, tres orificios de bala que entraron por los glúteos y otras trazas de proyectiles que, según la autopsia, tuvieron que ser disparados a distancia.
Los rescatistas
Cuando la mamá del sargento llegó del estado Anzoátegui, le permitieron acompañar a los oficiales que continuaban el operativo. Entonces ya no eran 200 sino 8 guardias a bordo de dos jeeps, que iban separados en el momento en que informaron a Maracay que el otro equipo había encontrado el cadáver.
"El comandante del destacamento se acercó y me dijo: 'Señora lo siento mucho, encontramos a su hijo, está muerto'", recuerda. "'¿Cómo es eso si usted me dijo que esa zona la habían peinado más de 200 hombres', le pregunté. Y él respondió: 'Sí nosotros lo buscamos; yo mismo integré la comisión, yo mismo bajé por esa parte y no estaba, no entiendo cómo apareció allí'".
El sargento Molina desapareció de la aldea Las Guabinas el miércoles 6 de abril y apareció sin vida el sábado siguiente exactamente en la misma zona del estado Táchira, donde hay haciendas, montañas y una aldea de campesinos.
Para Maracay, las investigaciones cada vez van más lento porque conducen a un escándalo dentro de la Fuerza Armada Nacional: "La DIM hizo una reconstrucción de los hechos, ellos tomaron bastante interés hasta que recogieron el testimonio de un testigo protegido que aseguró, en presencia mía, que el día viernes 8 de abril vio en el operativo de búsqueda a un individuo con uniforme militar a bordo de un vehículo en el que también iba una persona señalada de narcotraficante por los vecinos de la zona".
El testimonio de ese testigo está grabado y en manos de la Dirección de Inteligencia Militar. A partir de entonces, sin embargo, en la Fuerza Armada Nacional sólo hablan de un ajusticiamiento perpetrado por alguno de los grupos irregulares colombianos que andan por la frontera.
Aunque se intentó consultar al Ministerio de la Defensa y la Comandancia General de la Guardia Nacional sobre el caso, ninguna de las instituciones respondió. Puertas adentro dicen que fue la guerrilla, pero a la luz pública sólo han afirmado que las investigaciones continúan a cargo del Ministerio Público.
La única declaración sobre el tema la dio el jefe del Comando Regional número 1, Franklin Márquez, al día siguiente de que se conociera la muerte del oficial. "La Guardia Nacional está de luto", dijo al diario LA NACIÓN de Táchira. "Estamos en este momento en una etapa de investigación profunda para esclarecer este hecho".
Los paramilitares
Dos efectivos de la Guardia Nacional también fueron asesinados hace casi dos años en el estado Táchira, en unas circunstancias que Criselia Maracay relaciona con el ajusticiamiento de su hijo.
Cuatro sujetos a bordo de dos motos iban por el punto de control del sector Palotal, cuando dispararon contra el sargento primero Buissy Segnini López, de 33 años, y el sargento mayor, Gerardo Zambrano Zambrano, de 39.
El Gobierno entonces atribuyó el caso a los paramilitares. Señaló que se trataba de un mal mensaje de los grupos irregulares colombianos contra la Guardia Nacional. Junto al ministro de Interior y Justicia, Tareck El Aissami, el entonces vicepresidente de la República, Ramón Carrizález, lamentó el hecho y advirtió que no detendrían la labor de la FAN.
"Fueron vilmente asesinados por bandas paramilitares que intentan posicionarse en esta región del país", lamentó Carrizález el 3 de noviembre de 2009. "El asesinato de estos guardias tuvo como finalidad amedrentar a nuestra Guardia Nacional Bolivariana, que día a día cumple su función combatiendo el delito, el narcotráfico y contrabando en la frontera", agregó.
Maracay advierte que ese caso ocurrió en el mismo comando regional pero más que eso, cree que las autoridades deberían estudiar cada uno de los detalles antes de achacar toda la responsabilidad a las guerrillas y grupos paramilitares que andan por la frontera.
Uno de los primeros sospechosos de haber atentado contra esos militares también fue asesinado. De acuerdo con el diario LA OPINIÓN de Cúcuta, al ciudadano colombiano José Giménez Gélvez, de 34 años, le dispararon 7 tiros en Ureña, en los días en que había sido absuelto del asesinato de los dos guardias nacionales.
Luego de cuatro meses preso en la cárcel de Santa Ana del Táchira, el 15 de marzo del año pasado fue liberado tras un juicio que no encontró pruebas en su contra. Dos días después, sin embargo, cayó muerto en la ciudad de Ureña.
Todo este telón de fondo advierte que las mafias de la frontera también han afectado a la comunidad militar. La Fiscalía 47 con Competencia Nacional del estado Táchira tiene ambos casos en sus manos. La próxima semana ejecutará una exhumación del cadáver del sargento Molina y desde ya, su mamá pide que a pesar de los hilos que se mueven desde arriba, se llegue hasta el final.
El Universal