Albis Muñoz se recupera luego de recibir 3 balazos. Su travesía hasta el hospital duró 20 minutos. Uno de los hombres se percató de que estaba mal herida y la dejaron cerca de un hospital.
Albis Muñoz se desplaza lentamente pero sonriente, por su apartamento. Tiene un proyectil alojado en la espalda y dos orificios de bala, uno en el seno derecho y otro en el brazo del mismo lado. Ella es la primera mujer que afrontó el reto de presidir Fedecámaras y asumió el cargo después del paro de 2002. Hace nueve días desafió la muerte.
"Los médicos que me examinaron, incluidos los forenses, creen que sobreviví gracias a un milagro, porque las balas no me afectaron ningún órgano vital", dice, apenas comienza a hablar.
Está adolorida, pero contenta y feliz de estar viva: "Es lo mas importante. Dios y la Virgen no quisieron que muriera".
Sentada en un sofá de cuero verde, donde reposa el brazo derecho, y al lado de una imagen de San Rafael Arcángel, Muñoz luce tranquila. Su rostro es un remanso de paz y no se transforma al evocar aquellos 20 minutos que transcurrieron desde la avenida El Empalme de El Bosque hasta las adyacencias del Pérez Carreño. En el trayecto oyó cuando el delincuente que estaba a cargo de ella, dijo a los que iban atrás: "Está señora está mal", y otro respondió: "Dale por la cabeza, que no se te vaya a morir".
Luego de recibir los disparos, apenas había dicho una sola frase: "Me dieron, Noel, estoy herida". Hablaba con el presidente de Fedecámaras, Noel Álvarez.
La odisea comenzó pasadas las 11:15 pm del 28 de octubre, cuando salió de cenar con sus colegas empresarios de un restaurante del este. Los cuatro conversaban de temas habituales e iban a la sede del organismo empresarial, en El Bosque. Cada quien buscaría su vehículo para irse a su casa.
El Mercedes Benz Kompresor que conducía Ernesto Villasmil, tesorero de Fedecámaras, tomó la curva cercana a la sede empresarial y de repente el carro fue rebasado por una camioneta Montero plateada que pasó velozmente por un lado para luego trancar el carro de los empresarios.
La sorpresa confundió a los cuatro ocupantes del Mercedes. Inmediatamente, el copiloto de la Montero bajó y se dirigió a la parte derecha delantera del vehículo donde iba Muñoz. El hombre, de mediana edad, se cuadró frente a la ventanilla y con las dos manos tomó la pistola para accionarla tres veces contra ella. "Esto me llama la atención", acotó en el relato.
De inmediato, el delincuente abrió la puerta del carro, le quitó el cinturón de seguridad y la sacó para subirla, herida, en el puesto delantero de la camioneta. Entre tanto, los otros sujetos se encargaban de sacar del carro a Álvarez, Villasmil y Luis Villegas para obligarlos a subir a la camioneta que arrancó a alta velocidad.
Árboles y edificios. En el recorrido que hacían en la Montero, Muñoz iba con la cabeza entre las piernas del delincuente que la hirió. El hombre llevaba el pantalón empapado de sangre y se dio cuenta de que la empresaria iba perdiendo fuerza y mucha sangre; entonces, decidieron dejarla en las adyacencias del Pérez Carreño.
De ese periplo ella recuerda que, cuando su agresor le levantó la cabeza y se la pegó del respaldo del asiento, veía, como en una película, edificios y árboles.
Además de las heridas de bala, Muñoz se golpeó en la pierna izquierda cuando la lanzaron a la calle; sin embargo, llegó a pie a un kiosco atendido por una mujer y un muchacho. Ambos la llevaron al Pérez Carreño. Ella creía que había perdido la conciencia, pero en realidad tuvo un lapsus y volvió a la realidad cuando los médicos le rompían la blusa para examinar las lesiones.
Hasta ahora, Muñoz no ha tenido tiempo de analizar en profundidad lo que le pasó, pero una de las cosas que más le preocupa es la angustia a la que está sometida su familia, a la cual le ha tocado vivir la pérdida de otros parientes. El padre de Muñoz fue asesinado por su chofer cuando los hijos aún no superaban la adolescencia.
Necesidad de rezar. La empresaria no quiere dejar de lado los gestos y palabras de solidaridad de la gente que, en medio de la terrible experiencia que vivía, la reconoció cuando la atendían en el Pérez Carreño. Guarda en su memoria frases como: "Tranquila esto va a pasar". "Dios es muy grande, no se va a morir". "La necesitamos".
En el trayecto al hospital, Muñoz sintió que moría y no tenía fuerzas para orar, pero una vez estuvo en la camilla, sintió la necesidad de rezar el Padrenuestro y el Ave María. "Soy muy mariana. Sentí paz porque tengo la protección de Dios".
El traslado de la empresaria al grupo médico Las Acacias tardó más de lo esperado. No llegaba una ambulancia prometida, y la familia temía que alguien llegara para rematarla.
El Nacional
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